La evaluación antes y después de Evaluación

Antes de asistir a clase de evaluación, para mí, evaluar consistía en torturar examinandos con pruebas maratónicas minadas con preguntas que parecieran interrogar sobre cualquier cosa menos de lo que venía en el temario.

Afortunadamente, ya no tengo que rendir exámenes de ningún tipo; lamentablemente, ahora todos son trabajos; por suerte, me estoy acostumbrando.

Sumido en mi sufrimiento de examinando, entonces, bueno para nada, nunca diferencié entre evaluación formativa y evaluación sumativa. La razón principal se halla en que jamás tuve la oportunidad de cruzarme con la primera y que tuve demasiado de la segunda en forma de insuficiente a secas. Un dry insuficient, por favor.

A pesar de todo, ya me iba dando cuenta de que el 0,2 en el examen de matemáticas no era producto del azar ni resultado de la congoja del profesor que veía que no daba ni una e intentaba -con ese par de decimales- levantarme el ánimo.

Lo peor de todo es que lo conseguía porque llegar a una fracción tan pequeña de lo que viene a ser el átomo de la evaluación sumativa, el punto, tenía tanto mérito como haber descubierto el protón, el neutrón o una manera viable de freír huevos sin que salpique el aceite al ojo desprevenido.

Por curiosidad, le pregunto a Juanjo, el profesor de matemáticas, a raíz de qué cálculos endiablados ha tenido lugar un fenómeno tan extraordinario como lo es un 0,2 en un examen de nota máxima 10. Para hacerla corta, me dijo "es que tenías bien la operación de uno de los ejercicios".

Entonces, me di cuenta de que Juanjo no me suspendía por deporte como "la Loli", "la Santillana", "la Pitbull", "la Pozú" o Sor Mercedes, sino que realmente analizaba y comprobaba cada paso de cada ejercicio de mi deplorable examen de matemáticas, dejando anotaciones y explicando luego el porqué del yerro.

En otras palabras, Juanjo estaba llevando a cabo una evaluación formativa al estilo Jaume Batlle sin que se enterase nadie; ni las monjas, ni el cura, ni la inquisición, ni el PP. Luego, claro, se hacía el loco diciendo que "si pongo cero no sale la nota".

Pero yo sabía que valoraba mi aprendizaje de ingeniería inversa y el esfuerzo, aun sin entender ni papa de fórmulas ni de números, de tomarme la hora y pico de examen -más un bono de siesta al terminar- para hallar la "x" a pelo o, como dicen en New York"my way".

Aunque aprobara la ESO a inteligencia bruta y sólo me faltara quemar el convento a la salida, me doy cuenta de que los exámenes siempre tenían un índice de dificultad medio (pi de 0,5 a 0,6) y que discriminaban eficazmente (Di > 0,39) al no dejar que elementos como yo respondiéramos correctamente a -todas- las preguntas que no estábamos destinados a responder por no haber estudiado antes.

No sé si me hago entender o, en realidad, me he confundido y he entendido lo que es la evaluación pero a mi manera. Al fin y al cabo, ¿acaso no fue la divergencia de los peces de aletas lobuladas del Devónico lo que dio paso a los anfibios, los primeros tetrápodos? La respuesta es .

Y ahora, querido lector, me marcho; mi hámster me necesita -la solté toda la noche, como cada noche de la última semana, y ahora no la encuentro-.



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